Como te mencioné anteriomente, en primer lugar vienen de personas cercanas a nosotros. Viene de la maestra que te dijo que no sabes pintar, o que no eres cretativo. O tal vez de tus padres, que te clasificaron a ti y a tus hermanos/as. «Él es el estudioso de la familia», «Ella es la más tímida de nosotros» o «ella es igual que yo, una pésima cocinera»
Como somos niños y esas frases provienen de figuras de autoridad, las damos por buenas y válidas y crecemos con ellas en nuestro interior. Luego de adultos, al creer que no podemos cambiar nuestro autoconcepto, nos resignamos a estas creencias diciendo «así soy» o cualquiera de las frases del principio de este artículo.
La segunda fuente de las etiquetas es uno mismo. Las creamos para evitar realizar ciertos actos o afrontar ciertos retos, o para no hacer algo que no nos gusta hacer. Si digo «Yo soy malo para las matemáticas», me evito el tener que esforzarme en esta asignatura, puesto que mi etiqueta me impide ser de otra forma. Si digo «Soy tímido», podré justificar el hecho de no querrer relacionarme con las personas.
No me malinterpretes. No está mal tener etiquetas. Lo malo es cuando esas etiquetas nos impiden vivir libremente, nos limitan al querer realizar lo que queremos hacer, o nos sirven de excusa para evitar hacer lo que no queremos.